MAESTRA… con mayúsculas

- SOCIEDAD

MAESTRA… con mayúsculas
MAESTRA… con mayúsculas

Poseedora de una vocación docente inquebrantable, respetada y súper estimada por quienes han sido alumnos y colegas. Llegamos a casa de doña Gloria Lilia Galván de Villar, y lo primero que nos conmovió fue su delicadeza y simpatía. Nos atendió con mucha amabilidad, y eso nos permitió confirmar su formidable nobleza.

Debo confesar que más allá de saber quién era la persona a la que íbamos a entrevistar, jamás habíamos hablado con ella. Pero con lo que sabíamos, nos llevaba a intuir que estábamos a punto de realizar una labor interesante. En esta oportunidad acudimos a mi hijo Ignacio Munir, para que nos ayude con la grabación y las fotografías. Para contextualizar su vida familiar, les contamos que sus abuelos fueron Agustín Galván y Ángela Lizárraga. De esa unión nacieron Santos (papá de Gloria), Alfredo, Segundo, Zoila y José María. Ella nació de la unión de don Santos Melitón Galván y doña Ester Padilla. Después de la llegada de Gloria Lilia, nacieron sus hermanos Victoriano Eleuterio (Cholo), Juana Ángela (Negra) y Ángel Raúl (Lito).

De lo poco que yo puedo recordar cuando era niño, es que sus dos hermanos cultivaban un prolifero sentido del humor ¿A quién o a quienes le heredaron esa particularidad?

Sin lugar a dudas, mis hermanos adquirieron el sentido del humor de mi papá, quien era bastante alegre. Le gustaba escribir poemas y él solo había hecho hasta tercer grado nada más. Mi padre fue quien ayudó a Lito a crear el kiosco El Clarín, cuando mi hermano menor era prácticamente un adolescente.

¿Cómo fue su infancia?

La verdad que muy linda. Yo nací en Potreros, departamento de Rosario de la Frontera en el año 1933. En abril he cumplido los 87, por lo tanto soy un año mayor que mi querida escuela pedro B. Palacios. Estuve en Almirante Brown, Departamento de Rosario de la Frontera hasta los 5-6 años. De ahí nos vinimos a Anta. El lugar donde iba a trabajar mi papá era Coronel Mollinedo, en una finca fuera del pueblito. Yo hice la primaria en El Bordo, a pocos kilómetros de Apolinario Saravia. Mi primera maestra fue Marta Álvarez de Filgatti, a quien llamaban ‘Mamerta’. Por entonces, yo iba a caballo a la escuela.

¿Cuándo era niña, su familia sufrió carencias económicas?
(En ese momento Gloria me miró fijamente a los ojos, y rápidamente observé que los suyos se llenaban lentamente de lágrimas)

Mis padres no fueron profesionales, pero han sido buenos cristianos, porque se han ocupado de mí y de mis hermanos. Nunca nos ha faltado nada. En 1948 cuando terminé aquí el 6º grado, mi papá me preguntó si yo quería estudiar y le dije que sí. Yo pensionaba en la familia Santillán, que vivían frente del Palermo de antes, y al lado era el correo. El Jefe de Correos comía en donde yo pensionaba. El 25 de agosto de 1948 hubo un temblor fuerte, como a las 3 de la mañana, la escuela se agrietó, entonces quedó sin actividad. Fueron 15 días que estuvimos sin clases, pero durante ese transcurso de tiempo, los vecinos se ofrecieron a cedernos unas habitaciones para terminar con el ciclo lectivo.

¿Fue en esa época que vio por primera vez al hombre, que con el correr de los años sería su primer y único amor?

Así es, pero ¿cómo lo supo?

Algún pajarito chismoso ha de habérmelo contado (Gloria se sonrió por la ocurrencia)

Sí, así fue. Segismundo Amador Villar se llamaba, y era clase 1927. Trabajaba en la Municipalidad como secretario contador, cuando el intendente era don Pedro Agustín Pérez. Segismundo almorzaba en la pensión donde yo estaba. Él tenía 6 años más que yo, que con mis 13 añitos, era demasiado chica para andar noviando.

¿Cómo llegó al Colegio Santa Rosa de Viterbo que por entonces era un internado?

Cuando yo fui a la escuela de aquí, 5º y 6º grado eran en la Banda a la par de las vías. No en la Martín Fierro, sino en un edificio que no sé si eran de Palermo o de Martínez. Ahí estaban todas las aulas de la 204. Posteriormente vino lo del internado, en el Colegio Santa Rosa de Viterbo, que lo pagaban mis padres. Conseguí ese colegio por un amigo de mi padre, que iban juntos a la escuela a caballo. Siempre que mi papá iba a Salta, ellos se veían. Me dieron beca por iniciativa del amigo. Ese fue un lugar hermoso para mí, porque siempre me gustó el orden y así era allí. Cuando yo viajaba a Salta, lo hacía por tren. Nosotros vivíamos en Mollinedo y mi papá tenía carnicería. Cuando inicié mi primer año en el internado, me acompañaron mi papá y mi mamá. Y en ese Colegio me recibí de maestra. En el 1953 egresé y un año después nos vinimos a Joaquín V. González. Por eso me emocionó al recordar a mis padres, por ese gran esfuerzo que hicieron para que yo pueda estudiar y tener un trabajo digno.

Fue por esos años que me reencontré con Segismundo Villar, el hombre que iba a ser mi compañero de ruta hasta el último día de su vida.

¿Cómo fue ese paso de adolescente a mujer?

Si se refiere a mi relación con Segismundo, creo que fue algo que ya estaba predestinado. Como le conté, él comía en la señora donde yo pensionaba. Yo tenía unos 13 o 14 años cuando fue el primer acercamiento, aunque no pasó nada. Después me vio cuando yo egresé, y me siguió viendo hasta que nos casamos. La boda fue en 1954, cuando yo tenía 21 años. Mi primer hijo ‘Pelusa’, nació en el 1955, en esta casa. Pelusa hoy tiene 65. Después llegó ‘Turi’ que hoy tendría que tener unos 63, Mini 61, José 58 y Luis 56.

Con el cambio de gobierno, mi marido se quedó sin trabajo y se hizo carpintero.

Yo desde que me recibí de maestra, sentía un deseo enorme de trabajar y empecé en la Pedro B. Palacios en el año 1956. Siempre por la tarde. Trabajé 22 años por la tarde y era Escuela Nacional. En el 1978 se hizo 704.

¿Cómo fueron esos años de docencia?

Maravillosos e inolvidables. Yo siempre doy gracias a Dios que como maestra me ha dado la oportunidad de compartir con tantas personas. Tengo muchos recuerdos bellos, en primer lugar por la experiencia que tuve al compartir con muchos padres de familia. He trabajado 32 años en la docencia y fueron los más felices de toda mi vida.

¿Qué valores nota que cambiaron desde sus años de maestra hasta ahora?

Muchos, y casi todos, para mal. Sin ir más lejos, yo estaba un poco entristecida porque nadie se acordó del aniversario de la escuela que fue el 1º de septiembre. Ahora si uno entra a una oficina, nadie saluda ni pide permiso, cosa que antes era tan común. Yo todavía lo sigo haciendo, aunque me miren como bicho raro. Pero ahí está, no todo se perdió. Hoy usted me dio una felicidad enorme al visitarme. Su gesto me emociona profundamente y me hizo creer que no todo fue inútil. Gracias por haber venido y lo espero pronto porque me gustaría agasajarlo con alguna comida rica.

Ternura en estado natural

Entre tantas encantadoras vivencias que nos refirieron nuestros lectores junto a la señora Gloria, compartiremos con ustedes, esta tierna y maravillosa experiencia relatada por Alejandra ‘Betina’ Navarro, quien con los años se convirtió en médica y que además, actualmente representa a los anteños como diputada provincial.

“Yo estaba en segundo grado en la escuela Pedro B. Palacios. Se festejaba el día del estudiante, un 21 de septiembre, y todos mis compañeros y el resto de la escuela se disfrazaban.

Yo estaba sola porque mi mamá me había mandado a estudiar acá, tenía 7 años y paraba en la casa de una familia de mi mamá, como una pensión. Yo era la única del grado que no tenía un disfraz para salir, porque no tenía nadie que me disfrace. Y la señora Gloria me llevo a su casa, me alzó y me puso sobre su cama, y me disfrazo con lo que ella tenía a mano. Ella era maestra de la escuela, pero no era mi maestra. Sin embargo, me disfrazó y yo pude salir en ese desfile de disfraces que hacía con el resto de mis compañeros. Recuerdo ese momento como de una gran felicidad. Me puse muy contenta porque pude sentirme igual que todos, y te aseguro que me emociono profundamente de solo contártelo. Es un recuerdo que me acompaña toda la vida. Un gesto tan sencillo pero que para mí ha significado tanto y más en ese momento. El hecho de que alguien se fijó en mí, que no estaba disfrazada y de llevarme a su casa y disfrazarme.

Eternamente agradecida con Gloria por ese gesto que tuvo conmigo, sin ni siquiera haber sido mi maestra.

Hacen falta en esta vida muchos más gestos de ese tipo. Que no todos se queden puramente en un contexto pedagógico o académico, sino estos hechos que son tan humanos y tan significativos.

En mi vida a mí me marcó, y seguramente a muchos niños les pasa lo mismo con algún maestro o docente de su infancia.

Seguramente hay muchas más Glorias en nuestra comunidad, muchos docentes que tuvieron y tienen este tipo de gestos”, concluyó ‘Betina’.

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