Ya ni sabemos qué votamos cuando votamos

- POLITICA

Ya ni sabemos qué votamos cuando votamos
Ya ni sabemos qué votamos cuando votamos

Necesitamos reflexionar sobre lo que nos pasa. Y mejor es hacerlo sin nombres, desapasionadamente, si es que se puede. Porque la política nos enardece de tal modo que nos desequilibra. Y porque en verdad, los nombre no cambian esencialmente nuestra realidad (Franco Ricoveri).

Teóricamente el votante, como cualquier humano en cualquier acción, busca un bien. Aún aquellos que obran mal, sabemos que obran buscando un bien. Cierto que a veces ese“bien”no es un bien objetivo, sino puramente “subjetivo”, una apariencia nomás. Nadie obra buscando un mal para sí, aunque muchas veces nos equivocamos en esa elección, claro. El mal siempre produce males. Aunque parezca un mal menor.La ignorancia es un buen condimento para equivocarse, aunque no el único.

​“EN CONTRA DE...”
​La pregunta que nos hacemos apunta a tratar de discernir cuáles son los“bienes”que elegimos cuando votamos. No podemos dejar de ver que, desde hace décadas, nos acostumbramos a votar “en contra de” más que“a favor de”.​
​Cierto que en cuestiones políticas buena parte de los temas son opinables, discutibles ¿Todos? Bueno a quienes creen que todo es opinable se los llama relativistas. Todavía al menos, los relativistas no son una mayoría, aunque van avanzando. La mayoría aún cree que hay cuestiones“innegociables”, valores comunes que están más allá de discusión. Por ejemplo, nadie sostendría abiertamente el asesinato libre. Aún aquellos que sí lo hacen (como los defensores del aborto o la eutanasia), tratan de justificar el hecho negando su realidad.
​O el robo. Nadie alabaría el robo, sin embargo, el ladrón ya no es castigado por las urnas. Ese era un punto indiscutible hasta hace un tiempo. Cualquier falta al respecto marginaba para siempre al político de marras. Hoy no. Oímos repetidamente decir:roba pero hace. Como si fuese algo contra lo que no se puede luchar, como si no se le pudiese exigir honestidad al hombre público.

Es inconcebible que en una sociedad sana las deshonestidades evidentes de ciertos políticos no muevan el amperímetro de una elección. Es suicida.

Es cierto que hablando de deshonestidades la gama es amplísima y va mucho más allá del común mandamiento de “no matar” o “no robar”. La mentira también es deshonesta. Absolutamente inmoral. Y pese a eso, votamos a quienes nos mienten sabiendo que lo hacen. O algo más perverso todavía: parece que los votamos porque nos mienten y queremos que nos sigan mintiendo. Nos consta que lo hacen, tenemos pruebas evidentes de que lo hacen, hacen gala de sus mentiras y no pasa nada. Nada. Suicida una vez más.Duele decirlo, pero en el estado de degradación en que vivimos nos hemos convertido en un pueblo de mentirosos sistémicos.
​No éramos así antes.Nuestros abuelos hicieron un culto a la palabra, a la verdad. Nuestros antepasados supieron morir defendiéndola. El argentino era un “gaucho” de palabra. Pero ya no nos parece importar. La mentira impera como requisito electoral, como instrumento de poder. Como supo decir uno de nuestros presidentes con sincero cinismo:“si decía lo que iba a hacer, nadie me iba a votar”.

La realidad es sólo un discurso en sus labios, se acomoda a las necesidades.

​“DE UNA SOLA PIEZA”
​El hombre es una unidad. Antes usábamos la palabra “integridad” para señalar al que era“de una sola pieza”, sin doblez, que no tenía dos caras, que no era hipócrita. Y al hombre público se le exigía esa integridad. Hoy parece que eso tampoco importa. Pero, ¿podemos tener esperanzas en que busquen el bien de la Nación quienes nos han dado muestras hasta el hartazgo de su falta de integridad?Estamos tan desperanzados que sólo aspiramos al menos malo, “al que roba pero hace”, al que miente con picardía, al que no respeta nada ni a nadie con tal de escalar en el poder… (y una vez encaramado, hace lo posible por mantenerlo por todos los medios). La mentira del poderoso es tremendamente más grave.

La sed de poder es un apetito tan insaciable que sólo termina con la muerte ¿Por qué no vemos a ninguno de todos los fracasados que pueblan nuestras elecciones (y más allá) decir: hasta acá llegué? ¡Perdón, me retiro!
¿La culpa siempre será del otro? ¿De la pesada herencia? ¿Del enemigo?Porque en este idioma que estamos hablando hoy los argentinos, el adversario siempre es un enemigo.

Lo es porque asumimos la dialéctica perversa de ver al adversario como enemigo, y también lo es porque compite por el mismo botín. No están buscando el “Bien Común”, porque ni siquiera creen que el “Bien Común” existe. Ni el bien, ni el mal, ni la verdad, ni la mentira. La desesperanza discepoliana de“Cambalache”se quedó muy corta para nuestra sociedad actual.

LA HUMILDAD
Una exigencia indispensable para la integridad es la humildad. La verdadera, porque también los argentinos sabemos“truchear”la humildad. Cierto que no es una virtud que nos caracterice hoy. Viene junto a la magnanimidad, grandeza de espíritu del que sabe renunciar a sí mismo, a su propio ego. Hoy le mostramos al mundo la patética parodia de engendrar“creídos”que terminan siendo destructores seriales de todo lo que tocan. El politiquero, el ventajero, el piola, el canchero son engendros destructores de una sociedad. Y cuando se transforman en líderes, cuando los elegimos como conductores no por sus virtudes, sino por sus defectos, insistimos en que nos suicidamos.

Ya sabemos que es parece demasiado tarde, que perdimos muchas oportunidades para cambiar y no lo hemos hecho, que el sistema político imperante pudre a las mejores intenciones, que existe una selección “del menos apto” casi insalvable, pero también sabemos que hoy tocamos fondo. Y que después del fondo no hay nada más opción que salir a flote o morirnos ahogados y desaparecer.

Sin embargo,tenemos la certeza de que todavía la mayoría del pueblo argentino no es suicida y aspira a algo distinto. Todavía existe una Argentina profunda que tiene que despertar, que tiene que querer que nos gobiernen “personas íntegras”, no simplemente el menos malo.

La mayoría de nuestra gente sigue creyendo que si tenemos un Padre de la Patria como San Martín, que si dimos al mundo el ejemplo de coraje que dieron nuestros soldados malvineros, si tenemos tantas cosas buenas, no es para quedarnos anclados en el fondo, metidos en la podredumbre del barro maloliente que nos rodea. Estamos llamados a otra cosa.

“Serás lo que debas ser, y si no, no serás nada”. Lo dijo el Libertador. Hoy estamos viviendo la segunda parte, camino a no ser nada. Somos el asombro del mundo y por malas razones. Antes nos admiraban y despertábamos simpatías. Ya no. Damos lástima. Por lo tanto, es una oportunidad para cambiar. Quizás la última.​

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