Somos artífices de nuestra propia alegría

- EDITORIAL

Somos artífices de nuestra propia alegría
Somos artífices de nuestra propia alegría

La época que nos toca protagonizar es apresurada, oscilante y voraz. Nadie razona demasiado sobre las cosas que ocurren, porque éstas pasan y punto. Por lo general asumimos decisiones sobre la marcha, y como en el juego de la taba, esas decisiones pueden caer de suerte o de culo (en el peor de los casos).


Sería demasiado tedioso y extenso, estudiar la evolución que ha tenido la vida en todas sus bifurcaciones. Por eso sólo me referiré en esta nota a los resultados, y no a la transformación o progresión que nos situó en este delirante momento de nuestra subsistencia.

Cuando yo era muy niño, en Joaquín V. González la tradición si eras católico, era la de prepararse con mucha fe y responsabilidad para recibir la comunión primero, y poco después, la confirmación. Dicho sea de paso, cuando me tocó confesarme por primera vez, lo hice ante el cura párroco Manuel Navarro Selva. Recuerdo que sacó dos sillitas de la sacristía y las puso a 2 metros del lado derecho de la puerta principal de la iglesia. Yo me hacía el santo pero tenía más agachadas que japonés con visita. Me mandó a rezar 10 Padres Nuestros, 10 Ave María y un Credo. Salí de ahí con las rodillas adormecidas, cloroformizadas.

Hoy las cosas han cambiado, la mayoría asiste a la iglesia para bautizar a un hijo o familiar, o presenciar un matrimonio, o para la primera comunión, o cuando se va de este mundo algún vecino conocido, y paremos de contar. Y lo que digo es absolutamente fáctico, y lo escribo porque lo experimenté en carne propia cuando bauticé a los dos últimos hijos que son varones y se llevan 13 años y medio. En las dos oportunidades el cura tiraba continuamente algunas indirectas que ante mi expresión de ‘perro que volteó la olla’, se tornaban en observaciones directas relacionadas con que: “hay mucha gente que solo viene por cumplir con algún sacramento y luego desaparece por años”. Y lo peor es que ¡el cura decía la verdad!

Sin embargo, cuando termina el oficio religioso y vamos llegando a la vereda, arrojamos nuestra primera reflexión lapidaria que veníamos mascullando de adentro: “¿han escuchao lo que ha dicho el cura? Ta loco ese. Habla así porque quiere cobrar más ¿Quéno compadre? Y el compadre te mira sin decir nada, serio levanta ambas cejas, y luego se da vuelta sonriente para alzar al ahijado.

Esa es la pintura. Cuando yo era niño, nuestros padres nos manejaban con la mirada sin decir palabra alguna ¡Otros tiempos!

Hoy la mezcolanza es el plato del día, pero en medio de esta combinación emerge un sentimiento de total beneplácito.

En estas FIESTAS PATRONALES, SANTO DOMINGO DE GUZMÁN se convierte en el motivo perfecto para compartir y confraternizar. He aquí cuando católicos y paganos confluyen en buenas sensaciones.

En definitiva creo aquello que Vicktor Frankl escribió en su libro EL HOMBRE EN BUSCA DEL SENTIDO que “el éxito, como la felicidad, es el efecto secundario inesperado de la dedicación personal a una causa mayor que uno mismo”.

Que las diferencias no sean obstáculos para disfrutar juntos de la FIESTA más importante de nuestro pueblo, porque en definitiva, uno mismo termina siendo artífice de su propia alegría.

Este artículo está optimizado para dispositivos móviles.
Leer Versión Completa