EL DÍA MENOS PENSADO

- LITERARIAS

EL DÍA MENOS PENSADO
EL DÍA MENOS PENSADO

A Hugo Alfonso su nuevo trabajo de sereno en un edificio en construcción, le había proporcionado noches silenciosas de inerte soledad solo interrumpidas en algunas ocasiones, por la sugerente voz de Marianela que acompañaba a los noctámbulos de 0.30 a 3.30 con ‘Melodías del pasado’ por La Kandela FM 94.5 de Tacuarembó.

Al cabo de unos meses Hugo optó por no llevar la radio al trabajo, y además advirtió que ocupaba más horas en cavilaciones existencialistas, aunque no estaba seguro si eso era por la proximidad a los 60 que su insuficiencia cardíaca no interrumpió, o por el tiempo que estaba despierto de madrugada, con la mente abierta a cualquier situación que lo llevara de la mano a navegar por un mar de dudas con muy pocas certezas. En realidad, empezó por alejarse de todo aquello que le había devorado el tiempo por décadas: conversaciones repetidas y anodinas con los compinches del barrio amoríos con diversas mujeres, sostenidos solo por efímeros encuentros sexuales y alguna serie o película en la tele. Muy a su pesar, nunca había conocido el amor, ni tampoco tuvo hijos aunque si hubiese encontrado a una mujer que sacuda su alma, los hijos habrían sido una bendición y los hubiera cuidado con amor.

Pero ahora Hugo estaba en otra. Se encontraba ensimismado en analizar enfáticamente los principios de libertad y responsabilidad individual. Los observaba como fenómenos independientes de categorías abstractas, ya sean racionales, morales o religiosas.

Cuando la empresa confirmó su traslado para desempeñarse como vigilante nocturno, no estuvo muy contento que digamos. Sin embargo, él siempre estaba dispuesto a cumplir sin objeción con lo que la patronal decidía.

Pero poco a poco fue descubriendo el lado positivo a su nuevo rol laboral, y empezó a disfrutarlo  a partir de esos pensamientos que cada noche iba fragmentando y repasando en su cabeza.

El nuevo Hugo Alfonso (que él mismo estaba erigiendo en su interior), empezó a preocuparse por su individualidad, la emoción, la búsqueda del significado de la vida y de la existencia.

Aunque parezca insólito, él esperaba con placer que la noche llegue, para instalarse en ese cuchitril un tanto pestilente y dar rienda suelta a su imaginación. Sin embargo, en ese esperado silencio que se proporcionaba, su mente se activaba y lo llevaba por horas a ese viaje fantástico de preguntas sin respuestas.

Cierta noche, como una exhalación fría y pétrea, la idea de la muerte lo atravesó con toda su pasmosa eficacia de expiración ineludible y cruel. “El día menos pensado caeremos rendidos ante sus pies, sometidos y sin salidas, de su inherente poderío”, pensó. Al instante disparó con rabia desbordante, su segunda afirmación: “Vivir es una mierda cobarde y sin sentido”. Hugo nunca se había representado a la muerte con algo que le generara miedo, sino que venía a su mente yuxtaponiendo  cierta curiosidad.

El sentido de la vida constituye el fundamento de la felicidad. Sin este, el ser humano no puede ser feliz, porque esta consiste en la realización de los objetivos que constituyen la razón de ser del individuo. En parte, la felicidad depende de la personalidad. Algunas personas son felices por naturaleza, pero Hugo se apartaba mucho de esa condición.

EL AMOR ES MÁGICO CUANDO ADQUIERE INTENSIDAD

¿Te has planteado para qué vivimos? Creo que todos vivimos para ser felices, para sentirnos bien en cada momento de la vida, para amar y que nos amen. Eso es lo que buscamos, y lo que deseamos para nosotros y para cualquier persona que amamos: vivir y amar.

Ese y no otro era el sentido de la vida que se le iba diluyendo de las manos sin darse una chance buena para intentarlo.

Vaya paradoja, el hombre con el corazón maltrecho, ahora recién entendía las cuestiones del corazón y la felicidad.

Aunque no sabía el momento justo, Hugo sintió pena ante la inevitable partida de su cuerpo. Sentía una profunda angustia que le costaba asumir y comprender, sobre todo porque había vivido sin darle importancia a aquello que hoy comprendía como esencial.

En el hilo conductor de su camino, la idea de su muerte no le produce miedo sino más bien angustia, aunque hubiese querido a esta altura de sus años, pensar la muerte con poca tristeza y más curiosidad. Pero es con dolor que lo hacía. Sentía desazón por no haber aprendido a amar con incondicional entrega, sustentando su modo determinado de existir, y armonizando a cada paso las posibles contingencias de su propia presencia.

En su universo mínimo había muchas personas que compartían su cotidianeidad con agrado y felicidad, pero recién lo podía visualizar ahora, en la última etapa de su apagada biografía.

Con el corazón desbocado ante lo que para él eran irrefutables conclusiones, dejó por un intersticio breve, que la felicidad lo llevase de la mano. Y en esa prodigiosa visión, olvidó por un momento la espesa maraña que lo sostenía, y le permitió junto a sus hijos y a su mujer amada (su otra mitad), compartir un espacio lúdico y alegre, donde el tiempo desapareció entre una sinfonía de risotadas.

Pero entonces, pasó que súbitamente volvió a representarse en su cabeza, la noción de saber que todo fue inútil y cruel. La pregunta surgió invariablemente como una puñalada helada que recorrió su alma ¿Por qué Dios, el destino o quien sea, permite cultivar con perseverante empeño, esa facultad de amarnos con indiscutible fervor, si poco después vendrá la muerte y nos triturará de un soplo dejándonos sin nada?

Demasiada emoción para resistir, en soledad y en medio de la noche. Hugo cayó súbitamente agarrándose el pecho. Nadie pudo hacer nada cuando 4 horas después lo encontraron tendido.

Adiós amigo, me dolió tu partida pero valió la pena conocerte.

Tiempo después un compañero cercano me confió que entre sus pertenencias, Hugo tenía una pequeña libreta tapa azul, donde escribía reflexiones nuevas que luego fechaba. Entre sus últimas frases había una que decía: “tarde entendí que el amor no se pronuncia mediante lo material. Sino que el amor se expresa de otras formas. En besos, algunos abrazos, unas caricias, o simplemente en una charla donde poder ser uno mismo. Compartir y celebrar juntos. De eso se trata, manifestar amor para poder ser feliz”.

Cuento escrito por Omar Adib Dantur


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