Hermann Hesse representaba como una de las características del lobo estepario, su afán por la independencia. Y a mi modo de ver, el gran Pepín tenía algo de eso. Por momentos solía ser solitario, a pesar de estar con gente, buscando convertirse en un ser completamente independiente. Se podría decir que esto era como su ideal de autonomía, de liberalismo.
Desde hace algún tiempo, la vida de Pepín se fue apagando lentamente hasta el 12 de septiembre de 2020, día de su partida final sin estridencias, tal como él lo hubiera soñado. Probablemente también hubiera añorado para que nadie repare en su ausencia, desaprobar mi propio deseo irrefrenable que hoy siento de darle un abrazo largo, aunque más no sea a través de este argumento.
Las personas que nos conocen seguramente asocian nuestra amistad, a los años que realicé el programa radial ‘Compromiso con la Gente’, a través de FM La Esperanza. O quizás por nuestra extraordinaria aventura de lanzarnos a fundar el Periódico Mensual ‘La Hoja de Anta’ en el 2001, que fue uno de los peores años de Argentina en su historia. Pero que a pesar de ello, esos meses nos dejaron un puñado de anécdotas estupendas que recordábamos una a una, cada vez que nos veíamos. Y esas vivencias fueron atesorando (como los buenos vinos), mayor distinción con el paso de los años.
Sin embargo, yo tengo recuerdos de Pepín que inician en mi primera infancia, cuando a raíz de la gran amistad de mis padres con su hermana Mabel González de Sorayre, visitabamos El Quebrachal los fines de semana para compartir algún que otro ‘asadito’ familiar. Esa primera imagen me conduce a la reminiscencia de un Pepín joven y sonriente, armando junto a sus hermanos varones, un 'picado' de fútbol (que si la memoria no me falla), se realizaba en un lote baldío contiguo a su casa.
Pepín sobresalía por ser una persona diferente, que amaba la vida con todos sus matices. Y eso también se reflejaba en la voracidad con la que afrontaba sus proyectos, llevándolos a su concreción, o por lo menos intentando alcanzar aquello que buscaba.
Pero curiosamente (y esto que voy a relatarles nadie lo sabe hasta hoy), el momento más prodigioso para mí fue allá por 1.988 cuando cursaba el 5º año del secundario y Pepín apareció como profesor de Historia. Lo vimos llegar con unas hojitas de un ‘arte’, que al parecer las tenía casi como para disimular. Pepín empezó a hablarle a la clase, y creo que todos quedamos como hipnotizados, experimentando la fascinación como estado del espíritu y del alma, que hace que como individuos nos mostremos completa y enteramente interesados, atraídos o fanatizados por otro ser humano (en este caso, Pepín). El 'profe' nos habló de la vida, del valioso futuro que nos ofrecería nuestro joven camino, de nuestras virtudes y potenciales defectos, y otros miles de temas más. Ya en los últimos 5 minutos de la hora, nos comentó en qué consistiría el programa anual de la materia, pero al mirarnos sabíamos que la asignatura principal no sería Historia, sino alguna inventada por él, donde lo crucial y objetivo principal, estaría signado por hacernos mejores personas. De alguna manera, yo siento que mi devoción, honrará su afán por transmitirnos lo mejor.
Pero como siempre pasa, las vicisitudes de la vida cotidiana fueron alejándonos un poco, aunque siempre existía un mensaje o una llamada para consultarnos por algo. Tanto él como yo sabíamos que podíamos contar el uno con el otro. En algún punto lo sentía como un hermano mayor, tanto es así que el año pasado lo llamé para consultarle sobre un trámite relacionado con nuestra labor de comunicadores. Me comentó escuetamente y sin demasiados detalles, que no se encontraba en Joaquín V. González pero que me podía recomendar a alguien para que me ayude con eso. Yo algo sabía de que su salud no atravesaba su mejor momento, pero no quise ser estúpidamente invasivo, y no pregunté nada. Fue nuestra última charla con mi querido sensei.
Para finalizar, debo confesarles con absoluta honestidad, que si la vida me diera la chance de dejarle a Pepín unas líneas anotadas sobre su escritorio, le diría: "mi apreciado lobo estepario, quiero que siempre tengas presente que mucho de lo poco bueno que tengo como persona, te lo voy quedar debiendo eternamente. Hasta cuando nos reencontremos. Te quiero mucho".