“No he visto un tráiler de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre” declaró su Santidad Francisco I. Tesoros, riquezas, gloria, amores, cetros y coronas quedan en este mundo al partir. Desnudos venimos a la vida e igualmente nos vamos. Así, tanto peones como reyes, vuelven a la misma caja.
La vida puede tomar rumbos jamás imaginados, y es increíble como en un instante todo puede cambiar. Nadie está exento de nada. En ninguna circunstancia, de nada sirve el dinero, los títulos, la fama, el éxito o el poder. Y como seres humanos, todos somos iguales. Entonces ¿para que el orgullo, el reclamo, la arrogancia, la victimización, el apego a los bienes materiales y las peleas? En realidad, ¿Crees que tu interpretación de las cosas es la verdad absoluta?
Todo lo que tenemos es el día a día. Y está para que lo vivamos con pasión y lo disfrutemos al máximo haciendo el bien, sirviendo al prójimo, y llenarnos de alegrías.
Necesitamos dejar de crear problemas, reclamar cosas insignificantes, y evitar siempre todo aquello que nos quite la vida. Vale la pena examinarnos sobre lo que hemos hecho.
Cuidemos de no perder a quien nos ama y nos acepta tal cual somos.
Como en el juego del ajedrez, al final tanto el rey como el peón se guardan en la misma caja.
Nacemos sin traer nada, morimos sin llevarnos nada, absolutamente nada. Y lo más triste es que en el intervalo entre la vida y la muerte, peleamos por lo que no trajimos, y aún más, por lo que no nos llevaremos. Todas las experiencias de vida son equivalentes, ya que solo tenemos la oportunidad de comprender el mundo desde un punto de vista acotado. Pasados los afanes, entusiasmos y sinsabores de la existencia, la muerte nos iguala.
Pensemos en eso, vivamos mejor y amemos más. Entendamos siempre al otro y seamos más felices. Busquemos a Dios, mientras puede ser hallado. Ojala nunca se nos olvide que para ser grandes, hay que ser Humildes.